Nombrar para existir.
Eso hice. Pensé cómo nombrar la obra a la que estamos dando vida. Pensé por no leer. Pensé por no escuchar. Pero colgué y no pensé más. No más, y ahí, ahí disfrute. Siempre disfruto, pero disfrute más. Saborié. No sólo porque me nutrí exageradamente demasiado (y demasiado aqui no esta en vano), de hecho puedo decir que por no saborear: ingerí, ingerí, ingerí. Saborié lo abstracto del hacer por hacer, por querer, por desear, por hacer. Me sumergí en el calor de la nada. Sin pensar más que en lo lindo de lo NO hecho. Después, sabía me preocuparía. Seguridad. Me rió. Si después lloro haganme acordar que reía. Recordé un artículo en una revista que compré un verano hace dos años. Corrí a buscarla. Ojíe la nota que me intriga. Para que no me confunda la tiro a un costado y prefiero seguir con lo tengo, me es más fácil que sea poquísimo y de puras especulaciones, que que me haga pensar, me confunda, me lleve a profundizar. Triste- ya no me rio.
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