La casa sola. Cota de viaje de trabajo. Clara entre el juzgado y la vida de Roberto Carlos y un millón de amigos. Cata sola en la oscuridad y el calor de lo que es primavera, o algo así. Así es fácil convivir. Nunca las tres. Era más seguro encontrar a la chica que limpia que a las otras. El bolso la mira pidiendo a gritos que se ordene. Pero es mejor abrir un cabernet y la carta esa, que le dejaron en el auto. Pensó era una multa, pero no. Theo. No se que era mejor. Theo con sus anhelos de ser distinto. "-Le encanta cagarme la vida". La carta se llenaba de frases de canciones que en algún pasado cercano los unían. Pero hoy para Cata era una gran mierda. Si alguna vez Theo había sido el "hombre", la octava maravilla del mundo, su dios, el "amor"... hoy era pasado. Pero él se encargaba de recordarle que existía. Sin sentido alguno porque no tenía ninguna intención de estar bien con Cata. Era imposible estar juntos. No había manera de cuajar. No pudo evitarlo. Agarro el teléfono y lo llamó con toda la intención de aclararle que no se acerque más, nunca más. Y lo llamó una, dos, tres veces. Y nada. Pensó en dejarle mensaje, pero nunca la atendió ningún contestador. Y ahí en ese instante todo cambió. El sentimiento de mierda se transformó, en cuestionamientos. En masoquearse, en retorcer las cosas. Timbre. Clarita, llegó con un mambo para veinte. Desde el portero dice que no encuentra las llaves, medio entre risas...
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