En el rostro, un subtexto. Llegó pálida. Se sentó en la cama. Un cigarrillo. Otro. La ducha caliente. Nada. Ni pensamiento, ni imagen, ni emoción. Blanco. Había recordado, lo que nunca pensó que le había pasado. Lo había contando clarísimo. En ese día, Isabel, había ido a su terapeuta como todos los martes por la tarde. Entre sus amoríos que la dejaban incompleta, y las urgencias de trabajo, nunca hablaba de su juventud, de su pasado. Pero hoy, por mera casualidad o más bien porque todo pasa porque así tiene que ser, había desatado una serie de sucesos que le parecían ajenos pero que se escuchó contarlos.
- ¿Y porqué razón viniste del interior sin despedirte de nadie?- preguntó E la terapeuta.
- De rebelde. Quince años tenía. Creía que me las sabía todas- entre risas.
- ¿De rebelde?
- Además de escaparme de mi viejo, que lo único que sabía hacer era tocars...
- ¿Cómo?
- No, nada, no trabajaba.
- ¿Tu papá no trabajaba?- intento mantener la conversación E, para saber que más podía decir Isabel que se empezaba a escuchar, y a reprimir.
- No, mamá trabajaba todo el día. Papá se quedaba en casa conmigo y mi hermana. Pero mi hermana, que es más grande nunca estaba. Y papá..., papá se sentaba en el sillón me pedía que le preparara mate, y me sentara cerca. Mientras, yo cebaba, el se masturbaba adelante mío. Me decía que aprenda, que así se le hacía a los hombres.- suspiro Isabel, dejando caer un lago de llanto.
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