Lo conocí en Londres, en un hostal de mala muerte donde los dos parábamos en habitación de catorce con olor a encierro. Me dijo que su papa era chileno, que conocía muy bien la Patagonia (aunque no sabía distinguir las fronteras). Lo habían echado del trabajo hacia tres meses, y se había venido a Europa. Nos fuimos juntos, a “los” estados unidos, su país. El tipo puso su restaurant, con el que estaba fascinado. Era su sueño, me dijo la primera vez que me hablo de su proyecto. Yo me encargaba de la caja. Abríamos todas las noches, yo me sentaba ahí tipo 7 (antes preparaba las mesas) y salía cada treinta o cuarenta minutos para fumar un cigarrillo. Durante el verano no había mucha gente. Pero la poca que había era amable conmigo. Me decían siempre que mi país era enorme, que había mil lugares preciosos. En fin, que mi país que estaba creciendo cada vez más. Yo, orgullosa, sonreía siempre. A cambio de mi sonrisa me dejaban un par de dólares más. Ryan siempre se ocupaba de mi, y decía que si nos iba bien, poníamos empleados y nos íbamos a la argentina. Yo siempre supe que mi lugar era a su lado, iempre fui buena en matemáticas... pero un dia, me fui.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario