martes, 10 de marzo de 2009

04.01.08

De algunas palabras no puede uno lamentarse.
En cada mueca, una sensación de alivio, y a la vez, la tranquilidad de la conciencia (que no es lo misma que la paz del alma -leyo por ahi) pero que sin embargo, quitan el gusto del hastío.
Hasta por ahí su amigo indirecto sabía que no tenía las palabras correctas para devolverle, que el alivio momentaneo se transformaría en un llanto rabioso cuando por fin se encontrara sola con su diosa, ella que todo lo comprendería y sí tendría las palabras perfectas porque todo lo endulzaba con su voz.

Pensó en Cata, en lo mucho que la quería, en su relación, en los dos, en nada.
Se detuvo en la mirada de Clara, perdida por sobre el mostrador, que sin fiajarse en un mozo que estaba plantado junto a la barra y que se sentía llamado por ella, pero con su mirada dirigida hacia él, lograba que fuera y viniera, amagando, por el llamado que creia entender en esa mirada.(Como tantos otros, pensó Theo)

Cuando salieron del bar, estaba lloviendo. Clara no dejó que Theo la alcance a la casa, aunque llovía y aunque vivian en la misma manzana. Theo no le insistió.
Nada se nota más más que cuando el orgullo duele, y nos hace caminar como si pisaramos huevos. Nada se transparenta más en la cara de una taurina que cuando el tiempo no trae más que desperdicios y la gente pide esas respuestas que no se pueden dar.

2 comentarios:

rosaura dijo...

lamentandose de la palabra anda el taurino, pues es el valor dado a la letra lo que no vale la pena

rosaura dijo...

lamentandose de la palabra anda el taurino, pues es el valor dado a la letra lo que no vale la pena