Los golpes de la puerta abriendo y cerrando, la despertaron.
¿Anoche? Kilómetros de nada.
Avenida Corrientes de noche iluminada.
Cata, retrocediste veinte casilleros, ¿sabías?- le dice su propio yo.
Clara llora, como nunca. Llora porque se encontró con otra Clara.
- Cata, retrocediste, no seas arisca, querés. No te mientas más- dice Cota.
Cata fuma y fuma y fuma. Y pide un café.
- Vos no tomás café.- dice Cota.
Cota sonríe, con miedo, con mucho miedo a la felicidad.
- No importa Catita, retrocediste porque necesitás tomar distancia para el salto- dice Clara, mientras llora desconsolada.
Cata se toma el café de una. Se sube sobre la mesa. Y salta.
Cota y Clara la miran desplomarse en el suelo.
-Para levantarse hay que caer- dice el mozo del bar, que en la bandeja trae una grapa, y se la deja sobre la mesa.
Cata, se pone de pie, se acomoda el vestido, toma el vaso y la grapa se pierde en su garganta en un instante.
Clara sigue llorando pero con una sonrisa, a medias, porque la ciudad del amor, es fría pero mística.
Cota se muerde el labio porque piensa en el valle que se puede venir después de la cima .
Todo está en desorden. La casa está vacía de prioridades. Sólo una calesita de pavadas.
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