sábado, 9 de octubre de 2010

la vida del borracho

Los golpes de la puerta abriendo y cerrando, la despertaron.

¿Anoche? Kilómetros de nada.

Avenida Corrientes de noche iluminada.

Cata, retrocediste veinte casilleros, ¿sabías?- le dice su propio yo.

Clara llora, como nunca. Llora porque se encontró con otra Clara.

- Cata, retrocediste, no seas arisca, querés. No te mientas más- dice Cota.

Cata fuma y fuma y fuma. Y pide un café.

- Vos no tomás café.- dice Cota.

Cota sonríe, con miedo, con mucho miedo a la felicidad.

- No importa Catita, retrocediste porque necesitás tomar distancia para el salto- dice Clara, mientras llora desconsolada.

Cata se toma el café de una. Se sube sobre la mesa. Y salta.

Cota y Clara la miran desplomarse en el suelo.

-Para levantarse hay que caer- dice el mozo del bar, que en la bandeja trae una grapa, y se la deja sobre la mesa.

Cata, se pone de pie, se acomoda el vestido, toma el vaso y la grapa se pierde en su garganta en un instante.

Clara sigue llorando pero con una sonrisa, a medias, porque la ciudad del amor, es fría pero mística.

Cota se muerde el labio porque piensa en el valle que se puede venir después de la cima .

Todo está en desorden. La casa está vacía de prioridades. Sólo una calesita de pavadas.

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