martes, 18 de noviembre de 2008

in itinere

El mozo entro por la puerta de atrás (la que daba al patio), sin hacer ruido.
Dejo el cortado, como siempre, al lado de la PC. Dos sobres de azúcar y un bizcochito.
La salita contaba con un escritorio, una biblioteca, una impresora que daba la impresión de funcionar mejor cuando estaba apagada, una lámpara de pie y por supuesto salida al jardín de la casa (o, para que ocultar del Tribunal). Además de esto, un bañito.
La puerta estaba entornada. La luz era casi imperceptible, pero los gemidos, ellos daban cuenta de que allí había vida.
Saludó al personal, no pudiendo evitar su sonrisa cómplice y salió.
Al letrado (auxiliar) le quedaban todavía unos años para ser ascendido. Quizás también el antojo de su inmediato superior, que no podía evitar la tentación de querer ser, ella también, auxiliada.

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