Sentada en la medianera, al límite, una pierna a cada lado. A la izquierda el optimismo de la rebelión, a la derecha el pesimismo de la resignación. Es el hombre que pelea en batalla, que lucha en el campo, que deja todo en juego. Es el hombre, que demanda, pues no espera solo, vigilara astuto cada rincón. La concepción de la soledad que ni puede considerarse primitiva, menos cavernícola, que es postulado moderno, egoísta, que le quita la pintura a la medianera del lado pesimista. El ojo derecho lagrimea, mientras mi rostro izquierdo se regocija. Convertirse en un excluido es tan inesperado, ser manipulado es tan naturalizado. A cada lado, un discurso contrario. Doblemente abandonada, a lo alto de la medianera, por Dios y por mi niñera, me encuentro como en el cadalso.
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