martes, 12 de agosto de 2008

inoportuno

Aplazaba el momento del encuentro. Es familiar en el fabular acerca del fin. Con la seriedad de un religioso intenta explicarle a los pocos que aún le rodean, su desgracia inigualable e inmunda. Aquel, que lo especula todo, lo calcula, hasta se improvisa sus propios sueños nocturnos, ese se había olvidado que era su propio cumpleaños. Llegaba a su casa con una caja de pizza en la mano derecha, de esas de espesor desagradable, hasta cruda me atrevo a confirmar, y una parva de papeles de sus alumnos para corregir en ese fin de semana largo. Pensaba en el baño que prefería tomar antes de cenar, y en los discos que escucharía durante la noche de viernes siempre tan movida en la ciudad. Entró, y la luz estaba prendida. No era una fiesta sorpresa, ni nada parecido a eso. La abuela, la tía, el primo diez años mayor, el padre, una amiga del padre, y sentada en un rincón, excluyéndose así misma, ella, que no había sabido decir que no a la suplica de los parientes.

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