Descubrió que no era el niño bueno del que habla Julio o Vargallosa el que buscaba. Entendió que los pedidos no coincidían con los deseos más adolescentes. Cuando la psiquis madura de treinta se obstina en derrotar la inteligencia pasional que la caracteriza de quince, todo incertidumbre, derrumbe, interrogación. No quiere al que acepte ser el destino de camisas por ella(?) planchadas, ni el lado derecho de la cama, mucho menos la solemnidad de la familia adoptada. Pedía a gritos la caída del estante, pues era un niño amante lo que quería encontrar... capaz de meterse en una fuente, colgarse en un tirante o simplemente andar de ronda en noches frías por la ciudad de Buenos Aires.
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