El murmullo de lo natural entra por la ventana abierta. El aire pesado lo trae con la lentitud de la tortuga que está más quieta que nunca. Una mística casi pegada a la piel de cada cual que se acuesta a dormir la siesta. El ropero, con sus puertas a otro mundo, enfrentado a la cama. Todos ahí tirados mirando hacia cualquier rumbo. El paisaje al otro lado de la ventana inundado de mosquitos. La piel sabe salada, los pelos húmedos, los pies asperos de andar descalzos. El roce de las sábanas, el acolchado en el suelo. Las miradas son indicios; el silencio, el juez de todos. Donde no pasa nada, pasa de todo, mientras aquél come la fruta sentado en la mesa.
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