- Bajate de la moto querés, te vas a matar!
Era tan obvio a los ojos del mundo. Un gesto desmedido, la incoherencia de los veinte años. Cuando uno reconoce las cosas, se hizo tan de noche. Las opciones son pocas, el camino sencillo para llegar a casa de la abuela; dar por finalizada la función en el corto plazo en el que baja tu mirada. El látigo impreso en mi espalda. De nombre la culposa. En el instante en que la lluvia de insultos me advierte de mi estupidez, retomo el camino fragoso, y ahí, donde me equivoco, el fiasco de que no me den la paliza. Endeudada, a cuenta de cambiar la ansiedad, me tiro del coche a quebrantar la levedad de casi agosto o de un potencial septiembre. Ya estoy ensañada con la idea del deber, pero me resulta degradante el ardor de mi cabeza, necesito un extintor que tenga misericordia de mi. Momentáneo el pánico. El reloj marca las doce, es hora de optar por ser princesa, o vulgar.
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