jueves, 23 de octubre de 2008

sagasti

"¿Qué morirá conmigo cuando yo muera, qué forma patética o deleznable perderá el mundo?"
J.L. Borges. El Hacedor. 1960
Cada mediodía sale de la casa. Esa que se cae a pedazos. Lleva su bastón de mimbre, podrido. Las tres líneas que le recorren la frente, ya dejaron de ser meras arrugas, son cuasi tatuajes de los años de enojo que lleva. Cruza de una vereda a la otra, aunque no confluya su mirada ni palabra con la de ningún hombre del vecindario. Luego, se aleja hasta el baldío, atento a lo que pasa a su alrededor. Al llegar abre el alambre de la entrada principal, empuja con su bastón y con el pecho en alto se da a si mismo la bienvenida a su territorio. Desenvuelve su paquete de galletas de agua. Ya en la digestión de las cinco galletas que come, toma el metro que lleva que en el bolsillo lo desenrosca, mide la distancia entre cada árbol y cada medianera. Quiere la ley sea respetada a rajatabla, mientras su casa se cae a pedazos, mientras su cuerpo le exige liviandad, mientras sus mujeres lo dejan. Y si un perro le deja de muestra su mierda, denuncia al dueño sino mata al bicho, y si una rama se asoma a su casa desde las linderas, destroza la planta, documenta con cartas a todo el barrio, y si un auto estaciona en su puerta le desinfla los neumáticos. Todos desean la muerte del mandinga. Ese día se perderán decenas de charlas entre los miembros de la asociación barrial. Volverán las críticas a los ruleros de María Josefa, las calzas brillantes de la viuda, los horarios extraños en los que arriba el Dr Marconi, marido de la inocente Rosita. Cuando a todos les toque un murmullo a sus espaldas, una mirada juiciosa encima, en ese instante, en un santiamén, todos desearán no haber perdido a Sagasti.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Excelente! Me encantó eso de las arrugas como tatuajes del tiempo.
Me alegra que sigas con Jorge Luis.

Alejandro