Ya no hay nada. Los días, los cuentos, las escaleras, los espejos, las sábanas, los libros, los vidrios, los museos, ya no hay nada dañino en cada uno de ellos. En mi sueños todo oscuro, la puerta de atrás, los restos de aquello de lo que no hay nada. Despierto, entran los rasgos del sol. Ya no hay nada dañino. Los pájaros reportando la mañana. Prefiero el contraste que la luz plana. El brillo está en mi, que me veo en cada escalera, en cada libro, en cada vidrio, en cada museo, pues no encuentro nada dañino, y me acostumbro a no buscarlo, sonreír. En la luz total, descubro sombras que no existen, las pinto, las invento, la busco, las alucino, las encuentro. En el contraste todo está marcado, el límite no se diluye, no pretendo rellenar. Todo tan mío, tan fresco, esperanzado como juvenil, y un tango sonando para no perder la racha.
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