Hora cero. Baja las escaleras hacia el sótano más milonguero de la ciudad. Las medias de nylon le sostienen bien las carnes. El olor a tabaco le genera deseos de fumar, aunque sus pulmones no lo toleren. La noche anterior Luis, ese que se sometió a su soberbia por meses, cerró de un portazo dejándola sola. Entre escalón y escalón empieza a revolear su mirada recorriendo otros ojos que le sigan el juego. Sabe bien que unos cuantos la esperan deseosos. Ella relata la misma historieta a cada tipo que le hace de amante. Siempre el mismo cuento, a los que se le enamoran, ella no los puede soportar, los menosprecia a toda a voz. Ante alguno que le viene con sentimentalismos, ella se agacha, y lo calla de placer. Prefiere sólo escuchar gemidos. Las noches de luna menguante, sin dudas, y al ritmo del bandoneón, baila con cuanto malevo la arrebata a la pista. Sabe que se la llevarán algún cuarto de mala muerte. Pero prefiere desayunar sola en su casa.
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