lunes, 5 de octubre de 2009

Inspirado en algún lado por LA TERRAZA de Beatriz Guido.

Bajo las escaleras, porque el ascensor estaba detenido hacia tres días entre el piso 2 y 3. El llamado de los amigotes de su abuelo le alteraban los nervios, Martina escuchaba esas voces viciosas por el teléfono y sabía bien de qué se trataba. Vivía en Constitución, en un edificio con seis departamentos que le pertenecían a su abuelo, Alvaro. Alvaro atiende el bar que tiene en la planta baja, que se llena de viejos borrachos todas las noches de la semana. No existen los feriados en ese bar. Martina, por ende se encarga de administrar el edificio. Cobra los alquileres, las expensas, y se encarga de pagar las cuentas. En el primer piso vive ella con su abuelo, en el segundo una pareja de paraguayos cuarentones con un bebé que Martina sospecha no es de ellos, en el tercero una parejita correntina con la hermana menor de la chica, en el cuarto dos viejos bolivianos, y en el quinto dos chicos y dos chicas del interior del país que no se exactamente de dónde viene cada uno. Por las mañanas Martina va al colegio, y por las tardes a veces toma mate en la terraza del edificio con los correntinos, mejor dicho con el muchacho y la hermana de su pareja, que mantienen una relación un tanto cariñosa pero que invitan a Martina a distraerse un rato cuando la ven haciendo muchas cuentas. Martina como ya dije, administra el edificio, y en ese trance se guarda algún que otro peso, para cumplir su gran sueño: tener una heladería propia. Martina hace helados con una máquina que dejo su mamá. Es fanática de los helados. Esos pesos que se ahorra pretende invertirlos en eso. Pero su abuelo que es un vicioso de los caballos, apuesta y apuesta con sus amigotes, y cuando Alvaro pierde, los apestosos (porque huelen a alcohol de quemar) de los otros apostadores, la llaman a la pobre niña para que saque las papas fuego a su abuelo. Y ella para no verlo mal, le salva todas las deudas. Entonces el sueño de la heladería cada ve se hace más lejano. La mamá y el papá de Martina, en el año 2001 tuvieron que cerrar su fábrica de alpargatas, y como quedaron en bancarrota debiendo dinero a medio país, se fugaron a la triple frontera (o eso fue lo que le dijeron a Alvaro) a casa de unos tíos. Martina se quedaría con Alvaro por un par de años hasta que todo mejorase, pero la realidad fue que nunca supieron nada de ellos. Martina en cada cumpleaños suyo les manda una carta a esa dirección que tiene de la casa de unos tíos, pero le vuelve rebotada porque según dicen los del correo no existe domicilio alguno en esa dirección. Martina se enoja cada año con la gente del correo (ese que es color violeta) entonces el encargado del local al que ella asiste decidió guardarse las cartas para que ella piense que llegan a algún lugar. (CONTINUARÁ...)

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