miércoles, 2 de abril de 2008

Dedicado

Llegaba yo a casa cansada. Vivo en un edificio en Devoto. Un edificio chiquito, pero pintoresco. Hacia frío ese Abril, y yo que soy friolenta llevaba todo encima cual cebolla. Me cruce con Cesár mi vecino que vive en el 2 "c", dos pisos más abajo que yo, que vivo en el 4 "c". César es un tipo, digamos raro, alto, pelo oscuro, siempre lleva un piloto puesto y sus manos en el bolsillo, como guardando el misterio de su ser. A mi siempre me pareció agradable. Es más creo haber sido la única vecina con la que se trataba. Siempre me preguntaba acerca de mí, y yo hablaba. Quizás me caía bien porque lo usaba de terapia. Ese martes a la noche, nos cruzamos subiendo al ascensor. Lo noté serio. Me comentó que se tenía que mudar de su madre, que estaba grave. Que iba a extrañar mucho el edificio, no entendía yo mucho porqué, porque nunca estaba el en su casa, lo usaba de hotel practicamente. Rápido llegamos al segundo, se bajo y cerrando la puerta me dijo que igual esperaba despedirse mejor de mí. Cerró, y entre las rejas lo vi con la cabeza gacha, y algo melancólico, quien me iba a decir a mi. Llegué al cuarto piso preocupada, pero enseguida entre en casa cansada y con hambre que me olvidé de César. A los veinte minutos me llamó César me pidió por favor que me acerque un minuto a su departamento que me quería dar algo antes de irse. Estaba llorando o al menos tenía la voz entrecortada. Me dijo que dejaba la puerta sin llave así yo pasaba directo mientras el empacaba. Me cambie (ya me había sacado la ropa de trabajo) me abrigue y baje al segundo por escalera, porque me daba pánico el ascensor por la noche si lo tomaba sola. Llegue la puerta estaba entornada tal me había avisado. Entre y la cerré. Camine por el pasillo y escuche la voz de César que me decía, Deborah pasa estoy en el cuarto. Me dirigí hacia la habitación, las cajas rodeaban todo el departamento de César que bastante sucio estaba. Entre a la habitación estaba en cama tapado. Me pidió me siente en un silloncinto que tenía ahí, que me quería decir algo. Mientras me senté, se destapó, tenía el pantalón bajo y su la mano derecha en su pene. Masturbándose empezó a decirme los deseos que tenía conmigo, las fantasías que lo habían torturado en esos cinco años, el dolor de mantenerse en secreto. Me quedé sentada en el sillón, no tenía necesidad de huir, tampoco se si hubiese sido lo más seguro querer escaparme. Dejé que acabe. Hasta debo admitir que no me desagradaba para nada la situación, por el contrario, hasta llegó a provocarme algún deseo rápidamente reprimido. Una vez que ya se había corrido su leche bajo la manía del deseo conmigo, me levanté y deseándole lo mejor salí de del cuarto. Me fui lentamente hacia la puerta del departamento. Desde allí escuché el gracias, sincero, de César, que había calmado su sed. Y salí, salí callada sin pensar en nada más que en irme a dormir sin comer.

No hay comentarios.: