Porque detrás de la pared estaba la noticia intacta. Recién sucedida, casi fantasmal. El aire olía a muerte aún.
La bicicleta en la puerta, y todo sonaba raro. Los colores de la tarde parecían tomados por una cámara polaroid con película amarillenta. Diez veces me negué a entrar, pero los gritos me sometieron a hacerlo.
Ahí toda la felicidad podrida de golpe. Un desfile de personas desconocidas, o irreconocibles.
El puto mundo dado vuelta para sacudirme y mi cabeza rebota en el suelo.
Nada podrá ser igual. La sonrisa desdibujada. Las caras horribles de gente que me ignora absolutamente, pero se enfrenta contra el peor de sus miedos, su propia muerte, y se viene a lamentar, dándome un consuelo inservible.
Entran y salen, y se acercan al cajón, y lloran. Se secan las lágrimas en mi camisa, y mis lágrimas me las seco yo sola. Olor a flores podridas que dejan por rito, y un pobre cristiano envuelto en telas blancas, porque la vida le quedaba chica ya!
Cuánto me queda por aprender de tus años cortos e intensos.
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