Todas las paredes tienen cosas tuyas.
Rayas, gritos, lágrimas.
Lágrimas sobre todo.
Las fui atando, una a una, mientras me despedía de vos, en esa mañana de otoño. No me las quise llevar. Las dejé colgadas de las paredes, en esa casa de la que ya no tengo mucho recuerdo, pero con la que sueño hace días. Noches, bah; las noches son las más duras; más oscuras que los dias, claro.
En esa casa pasé las tardes más lindas. Recuerdo las paredes, los cuadros, el tocadiscos. Las horas que pasabamos, vos con la guitarra y yo sentada en el cajón, intentando sacar algun ritmo y cantando (sobre todo cantando).
Recuerdo también las peleas y los terremotos. No fueron muchas. Un par de vasos de whisky, uno o dos, pero no más.
Hace dos noches que sueño.
Pero ese no es ningún sueño americano;
es uno bien argento,
que me brota de adentro,
como las lágrimas que te dediqué.