No te dejaste estar. Al contrario. Estuviste meses dejando entrar un mar de emociones que ya no podes controlar, (aunque tampoco podías entonces). Hoy escribo desde la mesa en la que ayer tomábamos el café después de almorzar. El frio comienza a helarme la conciencia, el saber que de un tiempo a esta parte estaba parada en otra ciudad, una ciudad menos inquieta que vos y a la vez tan impredecible. Hoy vuelvo a escribirte como si fueras el encargado de regular el amor y el odio que corren dentro mío, cuando la impaciencia me derrumba y mis oídos se derriten por tu voz.
- ¿En qué estábamos pensando, Alejo?
- Pues no lo hicimos, es simplemente eso, querida.