Se deshizo de todo lo que no iba a poder cargar. Se despojo de cada prenda, de cada riqueza, de cada joya. Con suerte llevaría una túnica. Sí, con suerte, si todo acababa en esa cama, quizás la velaran a cajón abierto, y esa túnica sería parte del ornamento, sumado a flores, maquillaje y mortaja. Tanto se había preocupado por el éxito de su profesión, por las propiedades, por disimular la separación de su matrimonio, y su imposibilidad de tener hijos. Tanto para nada. Para encontrarse sola sentada en su cama king frente a un espejo enorme que le mostraba el deterioro de su cara, que había cuidado con todas las cremas, que había sometido a cirugías engorrosas, tan solo para lograr estirar la inexistente juventud. Y negarse tanto, había creado en sus entrañas una neoplasia. La anormalidad se multiplicaba en su cuerpo. Tanta ceguera no le permitía ni dejarse llorar. Faltaba que dictase la lista de invitados a su propio entierro. No hay peor mal que el negado.
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