-Alejandra de Castel me ha abandonado.- dijo Javier a un policía de la comisaría número cinco del partido de la costa.
miércoles, 15 de julio de 2009
-¿No te parece raro? -¿Qué? -Lo de la mujer...
Odiaba que ella llegase a esas horas. Por más que lo hiciese desde la capital donde trabaja dos veces por semana. Odiaba que volviese después de la cena. Con olor a cigarrillo y un dejo de perfume de hombre. La piel le ardía de la bronca. Sumado a los desprecios que ella hacía a su comida. Él se acercaba tratando de abrazarla, pero en verdad lo hacía para olerla, y ella huía, no era ninguna tonta. Discutían dos veces a la semana, las mismas dos que ella volvía tarde. También alguna vez más por desprecios desmesurados de ambos. Ni se conocían lo suficiente cuando decidieron casarse, estaban muy solos, se sentían contenidos el uno al otro, pero realmente nunca se habían enamorado. Era una relación sentimentaloide, de posesión, deseo y contención. Una noche de Abril, cuando el frío empezaba a sentirse en la Provincia de Buenos Aires, Alejandra llegó desde la capital, con olor a humo de cigarrillo, con los ojos caídos de cansancio. Javier, intento abrazarla, pero ella no se lo permitió. Una casa en medio de un bosque que la rodeaba, en una ciudadela de la provincia. Una luz en medio de la oscuridad, los gritos de dos amantes enfurecidos de odio. Una corrida por entre los pinos. Dolor, en la carne. Y un respiro que deja de ser. La pala, un pozo.
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