Volver a hurgar en la música de la infancia.
Encontrar ahí la mitad de lo que soy hoy.
"Hoy es día de alegría mi corazón" cantaba Xuxa en el año 1992 y yo recuerdo tener un pizarrón en mi cuarto lleno de frases suyas que no podía escribir aún, que escribía mi madre mientras yo dibujaba corazones de colores. Hasta que mi padre, fastidioso de escuchar Tindolele o Chufa cha, me regala un Compact Disc de una chica que usaba sombreros y vestía normal, llamada Daniela, se diferenciaba bastante de Reina Reech y su muñeca, o de Cris Morena y sus chiquititas. Daniela cantaba letras propias y letras de grandes músicos como Spinetta o Santaolalla. Es mi padre el que intenta hacerme incursionar en la música después de haber tenido toda la ternura de mi madre "jardinera" y paciente que a pesar de su profesión explico todo a tiempo y las verdades sin metáforas.
Y entonces en 1996, un par de años después de su lanzamiento, mi padre me sienta a escuchar The Dark Side of the Moon de Floyd. Se abre un mundo ante mis oídos, que se convierte en cientos de discos que ya podía escuchar, que él guardaba para las noches de whisky. Entonces los sábados desde la mañana en mi casa se escuchaba desde Silvio Rodriguez temprano, porque era un clásico de mamá, pasando a la tarde por un Elton John "but it´s not sacrifice just a simple word", hasta llegar a la noche y escuchar un Pavarotti o un Gal Costa. Así eran los fines de semana en casa, música.
Hoy, hay muchos más silencios pero suena en la memoria la guitarra de mi hermano, que supo aprender los acordes de todos esos músicos que se escuchaban en casa.
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