Un solo lugar, muy chico para dos. Tres minutos. M. le preguntó, sin vueltas, que era lo que le pasaba. Ella titubeó. Hubiera preferido dejar todo como estaba, sin dar explicaciones. Había visto como cada situación se le iba de las manos. Había sentido que todo se desbordaba cada vez que exigía explicaciones donde no se las podían dar. Esta vez, se las pedían a ella. A tal punto ya no había vuelta atrás. Podía justificarse en su múltiple visión del mundo, hasta podía llegar a dar una excusa medianamente creíble. Pero la sinceridad, se reflejaba en su mirada… y era justamente por eso que le temía. No era el primero, pero sabía que era especial. Trató de esconderse, trató de usar las mismas palabras que usaba él… trató de no definir nada. El silencio guardaba lo que ninguno de los dos se animaba a decir, pero que era tan evidente para el resto. Siempre fue todo evidente para quienes no se juegan el pellejo. Él jugaba con el encendedor. Ella miraba fijo el vaso, huyendo de su mirada. Le dijo: que no le quería hacer daño; que lo quería seguir viendo; que no podía explicar; que no quería, en realidad, porque sabía que él no la iba a entender. Ella sufría, mucho más que él, siempre. No entendía porqué no podía ser como todos. Él sonrió, le dijo que entendía muy bien... que no la quería volver a ver, y se fue a su casa.
1 comentario:
el problema de que digan que "entienden" es no poder decir: "SENTIS COMO SI EL CORAZÓN TE HUBIERA BAJADO EN PEDACITOS AL ESTÓMAGO?!, entonces NO, no entendes NADA".
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