Me cansé de explicarte que no me gusta que me hablen ni bien me levanto. Tenés la habilidad para preguntarme algo, ofendiéndote luego por no recibir respuesta. No entendés que no quiero que se coman el queso que compro, porque necesito volver de trabajar y comer un pedacito. Odías que nos corten la luz porque me olvidé de pagar la cuenta. Creí acertada la idea de conocernos en la convivencia. Hoy después de doscientos ochenta y ocho horas, y ciento veinticinco minutos, creo que nos conocemos más que algún noviazgo de meses, pero tiene menos expectativa de continuidad la relación. Sin embargo, te miro en la cama sentada, cuánto encaja tu mirada con la que yo esperaba. Y salgo de casa un par de horas y leo tu nombre en todos lados, cada melodía me recuerda a ti. Y vuelvo y me pedís que cocine. Nos reímos, porque es preferible esperar un rato y que cocine yo, antes de que quemes la comida. Terminar la cena y compartir un cigarrillo. Que vos estudies con tu café hirviendo, mientras yo haciendo trabajo atrasado me tomo un té dulcísimo y helado, me resulta tan único. Que laves los platos y te mire de espaldas, y que a cada rato te des vuelta a espiar que hago. Aunque hagan sólo doce días y parezca que nos queremos matar, prefiero escucharte gritar a la mañana, que no tenerte a la noche en la cama durmiendo junto a mi.
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