Cruzo la entrada de la barbería. El hombre que me recibe es una mezcla de Einstein y el vecino de "Daniel, el terrible". Aunque su sonrisa me resulta amigable, no soporta el silencio, palabra tras palabra me sienta en un enorme sillón negro frente a un espejo. Me recubre la ropa con una, diría yo, sábana roja.
En sus palabras creo entender algo acerca de sus años felices. Ciertamente no me resultan felices sus años ahora. El lugar tiene olor a humedad, el piso es vidriera de la mugre de días, y chillan las maderas que amenazan quebrarse pronto. Una radio sintoniza unos tangos mezclados entre relatores de am, con una base de ruido blanco que me altera hasta que, como tiene el hombre que hablar cada vez con más volumen decide apagar. Sin ninguna pregunta previa, toma unas tijeras, y al ritmo de su charla comienza a cortarme el pelo.
En principio no puedo dejar de mirarlo, su acting es incomparable. No sufro el corte porque nunca le di lugar de relevancia al cabello, aunque la gente diga que es la primer presentación de uno, junto a las manos. De pronto, ya saturada de tanto palabrerío, sumándose al sonido de las tijeras achurándome, me miro al espejo, veo en cuadro a cuadro como se caen mis restos al suelo.
En el sillón a mi izquierda estás sentado, llevás una bata negra. Sospechoso me miras, disimulas tu sonrisa, también causada por la interpretación de este buen hombre viejo. Cada tijeretazo me quita un largo de cabello, el mismo largo que en ese instante crece el tuyo. Mi pelo cada vez es más corto, mientras tu pelo es cada vez más largo; como en sincro, corresponden en tiempo. Lo veo en el espejo, te veo en el espejo, a mi lado, guardando silencio. En la medida en que mis rulos se acortan, los tuyos crecen.
2 comentarios:
Si no fuera porque está muerto, diría que el bravero era Walter Matthau, ya que hizo de Einstein y del vecino de Daniel, el terrble, jajaja
Anónimo: Quizás era él ! porque el barbero solo estuvo en mis sueños.
un saludo
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