faltaba que alguien dijera esa palabra para que de pronto todo se torne irremediable. Las imagenes mentales adquirían un calor... como un fuego que despertaba el recuerdo. Sin tener más que entregar en el día del vencimiento, corrí por las calles evitando el rumbo conocido. La página de las poesías quedaba en su agonía, con un montón de alfileres que me recordaban por donde había lastimado, en que orden de eventos me había tropezado y resvalado con mis propias lágrimas.
Dejé atrás las sorpresas. Anduve sorteando sonrisas pero ninguna fue devuelta ni con un gracias. Y mi corazón se fue apagando hasta volver a andar a oscuras, donde las sombras no son los objetos pero al mismo tiempo no daña la luz del sol.
Es claro que no soy una persona de existencia ideal. pero la queja tiene un gusto amargo, y mi alma prefiere callar.
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