Mirando a cada lado de la cuadra, como si tan solo de ese modo pudiera cersiorarse de que al menos por el tiempo que durara su deseo de quedarse alli, nadie podría acercarsele y molestarla, entró en el bar de las cinco esquinas.
Sin elegir un lugar, y atenta a que el lugar la elija a ella (como casi segura de que esa era la única vía posible de que las cosas pudieran funcionar), se sentó en una mesa para dos, junto al cristal del lateral izquierdo.. del "cluny".
No se había sentido así hace meses. La inspiración que se va con la alegría.. o al menos con el bien-estar no había vuelto a buscarla como si nada tuviera que hacer con ella ese verano. Claro esta que al primer cambio de clima, una mera lluviecita que vaticinara que el otoño iba a volver a llegar algun dia, dejó entrever el desastre.
Desequilibrada o no, ya casi ni habia tiempo para pensarlo, entre las hojas de ese libro elegido al azar por Corrientes, hojas que se iban masticando solas, y los pensamientos que volaban por la parte trasera de su cabeza, inconexos, y con más relevancia que muchas tardes de siesta.
El lugar era perfecto. Siempre se vuelve, es lo que suele decirse. La humareda autoprovocada, el gusto del café mal hecho, pero que despide esa confesión desde adentro.
De cara a cara con el asunto. Con el desperdicio de la locuacidad, que a fin de cuentas no expresa más que una simple mirada.
Dejar que las notas elegidas desde el atlántico calmen la inseguridad de un día del fin de semana, descansar en la dulzura de caricias novelescas, de personajes de familia que se descubren, se reflejan, se
nutren de la serenidad de un destino.
Eso es lo que hizo, y al descubrirse salió el sol.
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