En Mayo le pedí haga burbujeros para los nenes de sala de 5 años del jardín donde trabajo hace 13 años. Cada año los hace, porque se entretiene. Le aviso con anticipación, porque los usamos recién en primavera. El jardín, es el mismo al que fue a retirar a mis hijas, dónde él mismo se sentó a vernos crecer. Pasó el otoño. Recuerdo un verano, sentados bajo el pino de su casa me dijo que a él no le gustaba eso de que todos te lloraran, que a él lo quemaran. Me fui de viaje. Volví con aires nuevos. Desde el 2000 que la racha viene bastante mala. Papá nació en Tres Lomas, La Pampa. Trabajó en el ferrocarril durante cincuenta años, y siempre deseó terminar su vida allí. A la vuelta del viaje, después de unas semanas en la otra punta del planeta, con un color veraniego en la piel, llego y lo veo tan grande, se avejento como 10 años, me mira y con sus ojos me dice- ya no va más hija. Con la energía que me trasmiten mis hijas, mi madre y mi marido, continuo positiva como siempre, lo llevo de medico en medico, le traigo todo el medicamento, le cebo mate, le cuento de las chicas, le acomodo la habitación, busco todo lo que le distraiga y le haga bien. Ayer tuve que dejar la sala de terapia justo antes de que suene un mismo tono. Las pulsaciones bajaban, tome a mamá del brazo y salimos pensando que ya estaba en buenas manos. Lleve a mamá a casa, el negro la espera en la puerta, que perro bobo lo busca a papá en su habitación, a la que no entró en todo su vida, sería que le guardaba respeto al viejo. Y encuentro una caja con los burbujeros, treinta y dos burbujeros, de alambre, con un corcho en la punta para no lastimarse los dedos, y cada corcho pintado de plateado. Cierro la caja y pienso en esta primavera, todas las burbujas que vamos a dedicar a papá.
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