Un mundo que no se parece en nada al que era mío, al que dejé aquí en esta latitud hace un par de meses. Una pila de libros esperándome. Una cama hecha y fría. Un teléfono que suena y no me interesa atender.
Un mundo que no se parece en nada al que quería para mi. Un mundo lleno de la felicidad que un día supe tener. Ese que alguna vez me dio miedo de tan perfecto que se olía todo.
Son las seis y veinte de la mañana del otro lado del meridiano cero. Y yo estoy como recién levantada en el más tres, con cinco horas menos, unos kilos de charlas y las cataratas que siguen cayendo. Porque acá todo sigue igual o peor...
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