Empujó la puerta que se parecía a la de los Western americanos. No le golpeó a la vuelta porque la retuvo con la mano. Salió como loca, las botas se empezaban a despegar en la suela. Llevaban el polvo de varios días. El negro de la ropa la hacía ver de luto, pero era para retener el calor del poco sol que había en ese diciembre europeo. En el bolso cargaba unos cuantos libros que no le motivaban y no sabía si escaparse a Estambul o a Marruecos. Cargo una tarjeta en su teléfono móvil. Lo llamó. Theo nunca llevaba su móvil encima. Era casi igual a ella, era todo lo que odiaban de si mismos. Pero esa mañana de jueves Theo salía del bar donde había estado trabajando toda la noche. Y no atendió el teléfono pero se la choco en una esquina al mejor estilo Córtazar, sin buscarse pero para encontrarse. Y se auto sugirieron escapar.
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